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Mostrando entradas de 2007

Felices o no, aquí estamos (y aquí seguiremos)

Decía Samuel hace poco, en el post con ese título tan cargado de significado para mí, cómo la luna llamaba la atención el otro día. También yo lo noté entonces, aunque no dije nada en el momento en que me sorprendió, colgando del cielo muy abajo, como un adorno navideño en un árbol imposible. Hubiera jurado que brillaba con su propia luz, pero sé que las noches ya no serán nunca iguales para mí, y que el resplandor que veía estaba grabado en mis ojos y no nacía en el cielo. Sin embargo la luz era fuerte y la noche clara, y cuando la vi reflejarse en la chica que estaba a mi lado, volví a preguntarme por un momento si realmente ese brillo estaba ahí y no en las cicatrices invisibles que llevo. Pero no dije nada. Supongo que ahora toca una disculpa por mi prolongado silencio, un propósito de enmienda en mi costumbre de no decir nada, pero he hablado ya mucho y seguiré haciéndolo cuando me parezca, sin cumplir ningún horario y sin que me obligue una luna de invierno. Supongo que ahor

Como en un Puzzle Maldito

Normalmente, cuando escribo algo aquí, primero hago el texto. Lo que sea, lo que toque. Luego le pongo un título adecuado. A veces el título surge a medias, lo pongo, y luego, quizá, acabo hablando de otra cosa. Otras veces, muy pocas, las menos, una frase o un nombre o cualquier cosa aparece y sé que es un título, un faro que me guía hacia lo que quiero. La mayoría de estas pocas veces ese algo acaba convirtiéndose en otra cosa y entonces el título cambia. Los títulos suelen ser lo último, y a menudo enlazan con algo que menciono en ese último párrafo: digamos que me los encuentro. Voy escribiendo y entonces aparece algún final lapidario o una sentencia “finalesca”, y entonces pongo punto final y refuerzo la idea con el título. Si uno asume que empiezo escribiendo el título, como los niños americanos escriben las redacciones del colegio, de esa manera tan extraña y antinatural que siempre me chocó (“Mis vacaciones de verano”, por Bobby Smith); entonces uno puede pensar que voy dirigie

Yo Soy el Fin de la Humanidad

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Siempre me han hecho gracia esos villanos locos cuya ambición máxima es Destruir el Mundo. Para qué cojones vas a destruir el mundo, me preguntaba yo siempre. ¡Que luego no tienes dónde vivir tú! Y lo peor no es eso: lo peor es que no va a quedar nadie ante quien presumir. Pero pensándolo bien, acabar con la humanidad es una meta interesante. Extinguir hasta el último reducto de civilización, aniquilar la inteligencia humana, convertir el planeta en una gran bola de escombros en ruinas… tiene cierto encanto romántico. Es definitivo. De alguna manera puede decirse que sería la obra de arte suprema. Una manera de expresión contundente, grandilocuente, atemporal, eterna. Es una tarea tan grande y que promete tanta satisfacción en ese momento de catarsis total que sería apretar el “botón rojo”, que casi dan ganas de ponerse a ello. Por desgracia, el típico científico loco de ficción que quiere destruir el mundo no tiene motivaciones tan elevadas. Suelen ser tíos desquiciados, perturbados c

Fragmentos de Inexistencia (4)

¿Qué diría si hubiera palabras? ¿Qué no querría hacer, si pudiera? Ver el reflejo del sol en tu mirada, y tal vez viajar un poco más lejos cada día. ¿Y qué más da si a nadie le importa? Todavía puedo cerrar los ojos y creer. Aún puedo pensar en otras vidas y cambiar el rumbo de las nuestras. ¿Y qué más da si es un sueño? Si estoy contigo ahí, ahí es donde quiero estar. Y recuerdo cosas que nunca he vivido y recuerdo momentos que no han ocurrido. No me digas que no son reales, porque me duelen lo mismo. ¿Y qué más da si no me entiendes? No seguiré el mismo camino. Niego la indeferencia de la Razón y creo en los milagros. Sé que esto puede ser mejor y puedo soñar cambiarlo si me ayudas. ¿Y qué más da si estoy loco? Si los cuerdos se matan entre sí fingiendo que no pasa nada. El amor nos prepara para la muerte, pero ¿qué nos prepara para el amor? Y, ¿qué más da, si te quiero?

Decíamos Ayer...

Lo que acabáis de leer es una sencilla historia cotidiana, concebida a toda prisa para ilustrar una estupenda ilustración de Miguel Porto . Valga la redundancia, claro. ¿Veis? Ahora yo también puedo decir que soy ilustrador. Sólo que uso palabras en lugar de pinceles. O lo que sea que use ese tío para dibujar. Fue algo bastante contrarreloj. Vi un boceto de la ilustración y luego estuve una semana esperando que se me ocurriera algo que le fuera bien. Decidí que no me ceñiría estrictamente a lo que pasaba en el dibujo y que intentaría captar algo del espíritu. Pero seguía sin tener ninguna idea concreta. Finalmente llegó: una noche me desperté tosiendo, pensando en lo mal que me sentaba y en si estaría incubando alguna enfermedad. Medio dormido como estaba, lo relacioné con lo que tenía que escribir, y al día siguiente me puse a ello. Se lee en una patada, pero me costó una hora de teclear. Escribo lentamente. Fue divertido escribir con un propósito y un fin concretos, más allá de mi pr

Cotidiano

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María se despertó con arena en la garganta, tosiendo. Le costaba tragar saliva y hacía demasiado calor. Desde el día anterior temía estar incubando alguna enfermedad, y ahora estaba segura de que el polluelo había salido del cascarón. Se incorporó con cuidado para no despertar a Miguel, y el resplandor fluorescente del despertador le indicó que eran casi las 4 de la madrugada. Quedaban menos de tres horas para levantarse. Salió muy despacio de la cama, a oscuras, tanteando con el pie para encontrar las zapatillas. Miguel seguía durmiendo, y María pensó que probablemente no se despertaría aunque encendiera la luz y se pusiera a saltar sobre la cama. Esa idea le hizo sonreír. Él siempre conseguía hacerla sonreír, incluso ahora, durmiendo, con dolor de garganta y mareo incluidos. Se detuvo a mirarlo a la luz tenue que se filtraba entre las cortinas, tratando de adivinar la forma de su rostro en la silueta que se recortaba contra la blancura de la almohada, sintiendo otra vez aquel cosquil

Carpetazo

Hace tiempo hice uno de esos absurdos tests de personalidad que circulan por la red. Todas esas cosas me parecieron siempre una chorrada y no tengo mucha fe en las posibilidades de la psicología. Eso no quita que en los momentos muertos pueda entretenerme con chorradas y no sienta una saludable curiosidad. Curiosidad avivada por un cierto egocentrismo que hace que me interese en las cosas que parecen interesarse por mí. No recuerdo quién me mandó el link a esta página. Hice el test lo mejor que pude, teniendo en cuenta que mi inglés no me permitió comprender unas cuantas preguntas, por lo que sus resultados son aún menos fiables si cabe. Guardé los resultados porque, eso lo recuerdo, había un par de comentarios que quería hacer aquí sobre ellos, tanto en lo que se refiere a lo bien o mal que aciertan en su descripción de mi personalidad como a su utilidad general como herramienta de diagnóstico o terapia (nula). Lo que no recuerdo es cuáles eran esos comentarios. Pasó demasiado tiempo,

Y el ganador es… Paul Auster, por La Noche del Oráculo

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En dura y feroz pugna con Sapkowski, un finalista de lujo, Paul Auster consigue alzarse con el premio más prestigioso de 2006, al que optan las mejores obras de todos los tiempos que hayan sido leídas por mí en cada año. En esta segunda edición la lista de candidatos fue más larga que en 2005, y me quedó la sensación de que el nivel de las obras seleccionadas tenía más altibajos. Sin embargo, la elección final fue mucho más difícil. Esto es un mérito extra para Auster, que además hacía doblete en la lista con Brooklyn Follies. La Noche del Oráculo es un vencedor justo, por muchos motivos. Es una obra en la que cada ladrillo encaja con precisión y elegancia. Auster no solo nos ofrece su habitual dominio del lenguaje con clase y estilo, sino que además propone una historia “por capas”, con diferentes niveles narrativos que se entrecruzan con fluidez. El uso de las acotaciones a pie de página como elemento narrativo per se es original y eficaz de un modo que no había visto antes, precisam